miércoles, 15 de octubre de 2008

"¿Quieres ser médico, hijo mío?..."

Consejos de Esculapio...


¿Quieres ser médico, hijo mío?
Aspiración es esta de un alma generosa, de un espíritu ávido de ciencia. Deseas que los hombres te tengan por un dios que alivia sus males y que ahuyenta de ellos el espanto. Pero...


¿Has pensado bien en lo que ha de ser tu vida?
La mayoría de los ciudadanos pueden, terminada su tarea, aislarse lejos de los inoportunos. Tu puerta quedará siempre abierta a todos. Vendrán a turbar tus sueños, tus placeres, tu meditación. Ya no te pertenecerás. Los pobres, acostumbrados a padecer, no te llamarán sino en caso de urgencia, pero los ricos te tratarán como a un esclavo encargado de remediar sus excesos sea porque tengan una indigestión, sea porque estén acatarrados, harán que te despierten a toda prisa tan pronto como sientan la menor inquietud. Habrás de mostrar interés por los detalles más vulgares de su existencia, decidir si han de comer cordero o carnero, si han de andar de tal o cual modo. No podrás ausentarte, ni estar enfermo, tendrás que estar siempre listo para acudir tan pronto te llame tu amo.

¿Eras severo en la elección de tus amigos?
Buscabas el trato de hombres de talento, de almas delicadas, de ingeniosos conversadores. En adelante, no podrás desechar a los pesados, a los cortos de inteligencia, a los altaneros, a los despreciables. El malhechor tendrá tanto derecho a tu asistencia como el hombre honrado: prolongarás vidas nefastas y el secreto de tu profesión te prohibirá impedir o denunciar acciones indignas de las que serás testigo.

¿Tienes fe en tu trabajo para conquistarte una reputación?
Ten presente que te juzgarán no por tu ciencia, sino por las casualidades del destino, por el corte de tu capa, por la apariencia de tu casa, por el número de tus criados, por la atención que dediques a las charlas y a los gustos de tu clientela. Los habrá que confiarán en ti si no gastas barba, otros si no vienes del Asia, otros si crees en los dioses, otros si no crees en ellos. Tu vecino el carnicero, el tendero, el zapatero, no te confiará su clientela si no eres parroquiano suyo. El herborista no te elogiará, sino en tanto que recetes sus hierbas. Habrás de luchar contra las supersticiones de los ignorantes.

¿Te gusta la sencillez?
Habrás de adoptar la actitud de un augur.

¿Eres activo, sabes qué vale el tiempo?
No habrás de manifestar fastidio ni impaciencia; tendrás que aguantar relatos que arranquen del principio de los tiempos para explicarte un cólico. Los ociosos vendrás a verte por el simple placer de charlar: serás el vertedero de sus nimias vanidades.

¿Sientes pasión por la verdad?
Ya no podrás decirla. Habrás de ocultar a algunos la gravedad de su mal, a otros su insignificancia, pues les molestaría. Habrás de ocultar secretos que posees, consentir en parecer burlado, ignorante, cómplice.

Aunque la medicina es una ciencia oscura, los esfuerzos de sus fieles se van iluminando de siglo en siglo. No te será permitido dudar nunca: si no afirmas que conoces la naturaleza de la enfermedad, que posees un remedio infalible para curarla, el vulgo irá a charlatanes que venden la mentira que necesita.

No cuentes con agradecimientos.
Cuando el enfermo sana, la curación es debido a su robustez. Si muere, tú eres quien lo ha matado. Mientras está en peligro te trata como a un Dios, te suplica, te promete, te colma de halagos. No bien está en convalecencia ya le estorbas. Cuando se trata de pagar los cuidados que le has prodigado, se enfada y te denigra.

Cuanto más egoístas son los hombres, más solicitud exigen del médico. Cuanto más codiciosos ellos, más desinteresado has de ser, y los mismos que se burlan de los dioses te confiarán el sacerdocio para interesarte al culto de su sacra persona. La ciudad confiará en ti para que remedies los daños que ella causa.
No cuentes con que ese oficio tan penoso te haga rico.
Te lo he dicho: es un sacerdocio, y no sería decente que produjera ganancias como las que tiene un aceitero o el que
vende lana.

Te compadezco si sientes afán por la belleza.
Verás lo más feo y más repugnante que hay en la especie humana. Todos tus sentidos serán maltratados. Habrás de pegar tus oídos contra el sudor de pechos sucios, respirar el olor de míseras viviendas, los perfumes harto subidos de las cortesanas, palpar tumores, curar llagas verdes de pus, contemplar los orines, escudriñar los esputos, fijar tu mirada y tu olfato en inmundicias, meter el dedo en muchos sitios. Cuántas veces en un día hermoso, lleno de sol y perfumado, al salir de un banquete o de una representación de una pieza de Sófocles, te llamarán para un hombre que, molestado por dolores de vientre, te presentará un bacín nauseabundo, diciéndote satisfecho "Gracias a que he tenido la precaución de no tirarlo". Recuerda entonces que habrá de parecer interesarte mucho aquella deyección. Hasta la belleza misma de las mujeres, consuelo del hombre se desvanecerá para ti. Las verás por la mañana, desgreñadas y desencajadas desprovistas de bellos colores, olvidando sobre los muebles parte de sus atractivos. Cesarán de ser diosas para convertirse en pobres seres afligidos por la desgracia. Sentirás por ellas menos deseos que compasión. ¡Cuántas veces te asustarás al ver un cocodrilo adormecido en el fondo de la fuente de los placeres!

Tu oficio será para ti una túnica de Neso.
En la calle, en los banquetes, en el teatro, en tu cama misma, los desconocidos, tus amigos, tus allegados te hablarán de sus males para pedirte un remedio. El mundo te parecerá un vasto hospital, una asamblea de individuos que se quejan. Tu vida transcurrirá en la sombra de la muerte, entre el dolor de los cuerpos y de las almas, de los duelos y de la hipocresía del que calcula la herencia a la cabecera de los agonizantes. La raza humana es un Prometeo desgarrado por los buitres.
Te verás solo en tus tristezas, solo en tus estudios, solo en medio del egoísmo humano. Ni siquiera encontrarás apoyo entre los médicos, que se hacen sorda guerra por interés o por orgullo. Únicamente la conciencia de aliviar males podrá sostenerte en tus fatigas.
Cuando a costa de muchos esfuerzos hayas prolongado la existencia de algunos ancianos o de niños deformes, vendrá una guerra que destruirá lo más sano y lo más robusto que hay en la ciudad. Entonces, te encargarán que separes los débiles de los fuertes, para salvar a los débiles y enviar a los fuertes a la muerte.

Piénsalo bien mientras estás a tiempo. Pero si indiferente a la fortuna, a los placeres, a la ingratitud, si sabiendo que te verás solo entre las fieras humanas, tienes un alma lo bastante estoica para satisfacerte por el deber cumplido sin ilusiones, si te juzgas pagado lo bastante con la dicha de una madre, con una cara que sonríe porque ya no padece, con la paz de un moribundo a quien ocultas la llegada de la muerte, si ansías conocer al hombre, penetrar todo lo trágico de su destino, entonces... ¡Hazte médico, hijo mío!

En la Mitología griega, Esculapio era hijo de Apolo, dios de la Medicina. Con el tiempo, ganó fama de ser tan hábil en el arte de su padre, que se convirtió en el patrono principal de los médicos. Son conocidos los “Consejos de Esculapio” escritos en el 500 a. C. y, aunque su autor es anónimo, su contenido tiene una vigencia permanente.



1 comentario:

Rocío dijo...

Si bien es cierto que la medicina es una carrera muy posesiva y celosa que requiere de tu presencia las 24 horas del dia, también de compansa con momentos hermosos que fortalecen tu alma para seguir adelante, te bastará la sonrisa de un pequeno, el apreton de mano de aquel anciano o las lágrimas de agradecimiento de una madre. El camino no es fácil, como todo requiere esfuerzo y dedicación y con la ayuda es Dios lograrás realizar todas tus metas . Te deseo mucho éxito !